
Todo empezó con la elección del representante español para el festival de Eurovisión. El pueblo soberano votó a Rodolfo Chikilicuatre y su incalificable Baila el chiki-chiki. A partir de entonces, la gente ha encontrado fórmulas para ir a la contra y dar rienda suelta a su cabreo, a sus sueños o, simplemente, a su sentido del humor. El caso es que quienes creíamos pertenecer al mejor de los clubes, la civilización occidental, no damos una últimamente. Estamos en posesión de la verdad absoluta, o eso venimos diciendo desde siempre, y nos cuesta entender que algunos se empeñen en llevarnos la contraria. En plena globalización, en Cataluña nos han surgido más independentistas de los que la normalidad puede digerir, y no hay quien pille cómo es eso posible si cada día somos más europeos. En otras partes del viejo continente, los que pitan fuerte son quienes prefieren cerrar fronteras, el aislamiento, justo lo contrario a lo que parecía el futuro más deseable. La culpa se la echamos a la crisis económica, que doblega cualquier voluntad. Pero entonces llegan los británicos y preguntan por la puerta de salida porque prefieren ser isla, que lo de la civilización occidental nos lo dejan a nosotros, que ellos ya hicieron lo suyo el siglo pasado.Son muchos tropezones, pero nos ponemos todos de acuerdo para que, al menos, al grito de ¡paz! se acaben los tiros en Colombia. Se hace la foto hasta el apuntador, pero cuando llega la hora de la verdad, los que tienen que votar nos hacen un regate en corto y, pasmados, nos damos por lo menos el Nobel de la Paz, que algo es algo. Y aún estamos pensando cómo se han equivocado los colombianos cuando más al norte sale presidente Trump, la versión yanqui de Berlusconi, que a su vez era la versión italiana de nuestro muy entrañable Jesús Gil. Son parecidos razonables, pero el norteamericano tiene dos características preocupantes: puede dar una patada en el tablero, y si abandona nuestra civilización occidental, nos quedamos en franca minoría. Con Chikilicuatre salvamos la cara gracias a los votos de los vecinos, Portugal y Andorra, pero lo de Trump exige una pensada mayor. O podemos seguir creyendo que son ellos los equivocados.