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Channel: Revista Interviu
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Os voy a hacer la vida imposible

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CON LA elegancia y el savoir faire que lo caracterizan, Kiko Matamoros despidió a Aída Nízar de la última edición de Gran Hermano Vip con un contundente epitafio: “La audiencia te ha enviado a mamarla”. Ciertamente, así había sido, aunque gracias al mal rollo que había conseguido crear en la casa de marras, el programa, que languidecía un tanto antes de su aparición, había alcanzado un share de algo más del 20 por ciento. Y uno se pregunta –a la cadena y al público– por qué hay que castigar a alguien por hacer exactamente lo que se le ha pedido que haga. A estas alturas del curso, todos sabemos que se recurre a la inefable Aída para que la líe parda, para que siembre cizaña, para que convierta en un infierno la existencia de quienes se ven obligados a soportarla. Así pues, ¿a qué vienen las broncas y las expulsiones si la pobre solo ha hecho aquello para lo que ha venido a este mundo, que es incordiar? ¿O es que Aída entra en algún programa para elevar el tono intelectual de la propuesta? ¿Acaso lo hace para incrementar su círculo de amistades? No. Aída es la bomba fétida que un alumno gamberro suelta en mitad de la clase, el misil que Kim Jong-un lanza de vez en cuando para marcar paquete en el escenario internacional, el exabrupto que lanza un comensal cuando se cansa de discutir y cree que ha llegado la hora de repartir unos sopapos. A fin de cuentas, ¿qué lleva haciendo esta mujer de exagerada autoestima y arrebatos de espiritualidad majareta desde que se dio a conocer en 2003, con la quinta edición de Gran Hermano? Pues nada que contribuya a la armonía social o a la comprensión entre los seres humanos, sino justamente lo contrario. Ahí está su (discutible) gracia. Vale que saca lo peor de cualquiera y que, por el bien de sus semejantes, tal vez debiera estar sometida permanentemente a arresto domiciliario –si se le permitiera salir a la calle, lo suyo sería que lo hiciese con un morrión como el del doctor Hannibal Lecter–, pero si se le da trabajo, o algo parecido, hay que ser plenamente consciente de sus habilidades y estar preparado a asumir las consecuencias: la pobre sube la audiencia de un programa cansino y repetitivo, ¿y la premiamos enviándola a mamarla, como asegura el señor Matamoros sin precisar si es a Parla o a cualquier otro rincón de la geografía española?

AÍDA NÍZAR (Valladolid, 1975) estudió Derecho, pero enseguida se dedicó a largar, que es lo que le gusta. Pasó por la SER y trabajó en Los 40 Principales. Su ansia de protagonismo –o el deseo de hacer llegar su mensaje vital, sea este el que sea, a cuanta más gente mejor– la llevó a presentarse a Gran Hermano, donde ya en el lejano 2003 fue la primera en ser echada a patadas por exigencia popular. Su carrera podría haber terminado allí, pero fue acogida en Crónicas marcianas porque su potencial destructivo no era algo a menospreciar y podía contribuir a mantener (o superar) la audiencia. En 2006 y 2007 se pasó a la competencia de Tele 5, Antena 3, pero le perdemos la pista durante los tres años siguientes, hasta que es fichada por Canal Català en uno de los encuentros más extraños de toda la historia del audiovisual español.

CANAL CATALÀ ya no existe. Su frecuencia le fue otorgada, a dedo, por el muy honorable Carles Puigdemont, actual presidente de la Generalitat embarcado en un remake suicida del motín de Companys de 1934, a la empresa amiga que edita el diario soberanista El Punt; esta, en justa reciprocidad, le dio un programa a la esposa de Cocomocho, Marcela Topor, una rumana de la que se dice que es una excelente echadora de cartas, para que explicara en inglés –no se sabe muy bien a quién– las maravillas de una Cataluña independiente. Pero antes de eso, Canal Català estaba en manos de un cantamañanas italiano al que la independencia de Cataluña se la pelaba, aunque había encontrado en ella un nicho de mercado y una posibilidad de pillar un poquito de la inmensa sopa boba que el régimen separatista reparte entre sus leales. Comparada con la actual El Punt Televisió, Canal Català era un ejemplo de ecuanimidad y fair play; en la tertulia Catalunya opina, moderada por un cura disfrazado de persona, Carlos Fuentes, había representantes variados de la sociedad catalana, y ahí metieron –con calzador– a Aída, que, si hablaba catalán, sería en la intimidad, como Aznar. Y además le dieron un programa para ella sola, en el que, básicamente, se dedicaba a aquello que ha nacido para hacer: molestar y acosar a la gente con el micro por delante mientras se la iban quitando de encima en todos lados y ella clamaba por el respeto a la libertad de expresión.

PESE A NO pintar nada en el audiovisual catalán, Aída lo estuvo ordeñando durante un par de años, teniendo su momento de gloria cuando se presentó en no sé qué pueblo de la Cataluña profunda con la enseña nacional y dando vivas a España (casi la linchan, pero, como dicen los anglosajones, she made her point). En 2011 pudo volver al tablero grande, el nacional, participando en el programa Supervivientes, donde se hizo odiar en un tiempo récord mientras ponía en marcha su estrategia habitual: hacerse amiga de alguien para, al cabo de un rato, para animar un poco el cotarro, convertirse en su principal enemiga y detractora. También brilló en otra de sus especialidades: tirar de la lengua a alguien que no lo está pasando bien, aparentando ser un hombro en el que llorar, para luego utilizar el material recogido de la manera más dañina posible. Si no recuerdo mal, rebautizó a Rosa Benito como Rosa Venenito, lo cual, viniendo de donde venía, tenía su mérito.

EN 2013, Aída se materializó en Sálvame, aunque por esa época empezaron sus problemas con Tele 5. A raíz de un confuso incidente en la embajada mexicana en Madrid –algo hicieron Aída y su inseparable alcachofa para hacer quedar fatal a la empresa dirigida por el señor Vasile–, nuestra heroína entró en la lista de apestados de Tele 5. Y no fue hasta principios del año en curso cuando, tragándose el orgullo y buscando un arma de destrucción masiva para un programa que daba señales de fatiga, Tele 5 la reclutó para Gran Hermano Vip. 

UNA DE las pocas ilusiones que me quedan en la vida es no cruzarme jamás con Aída Nízar. Reconozco que me da miedo. La creo capaz de imitar al doctor Lecter y decirme algo al oído que me obligue a suicidarme. No sé si es mala, si está levemente perturbada o una mezcla de ambas cosas. Pero no tengo más remedio que salir en su defensa cuando veo el trato recibido en Gran Hermano Vip. Ponerla en la calle es como si hubiesen expulsado a un concursante caníbal por zamparse a alguno de sus compañeros de encierro voluntario: me la tienen desaprovechada. | Sigue leyendo.


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