JUANA MARTÍN era hasta hace unos días una completa desconocida fuera del mundo de la moda, pero hace muchos años que sus diseños desfilan por afamadas pasarelas. De etnia gitana, es la primera y única mujer que ha logrado entrar por la puerta de un mundo que parecía cerrado para su raza. Esta circunstancia la cubrió de una gloria especial, la de quienes tienen el poder de romper tabúes y traspasar techos de cristal. De estas personas, que consideramos modélicas, siempre esperamos lo mejor y, por eso, nos desconciertan más cuando se quiebra el espejo en el que las mirábamos.
Ahora su nombre ha saltado de las lúdicas páginas de las revistas de moda a las de blanco y negro en que se escribe la presunta corrupción nuestra de cada día. Faltaba una diseñadora para completar el elenco que se apiña en ellas y ya tenemos a una, para la que la fiscalía pide ocho años de cárcel por presuntos delitos de prevaricación y malversación de fondos. ¡Que a la fiesta no falte nadie!
Su defensa rechaza todas las acusaciones, por lo que, si resultara inocente, habría que considerarla víctima de una funesta mezcla de errores y fama. Pero, ¿y si fuera culpable? Entonces me pregunto qué llevó a Juana Martín a romper ese espejo que la proyectaba como digna de todos los piropos gitanos y estropearlo todo por culpa del maldito parné. ¿Qué había, Juana, de más valor para pagar tan alto precio?. | Sigue leyendo.