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Channel: Revista Interviu
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¡Viva la Legión!

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El propietario del apartamento es un inglés sonrosado que se ajusta bien a los tópicos. Es más british aún que su casa, que mi pareja y yo encontramos a buen precio en una web de alquileres. Nuestro propósito era huir del bochorno a la par que aplaudíamos a Nadal en Wimbledon, y no se ha cumplido nada porque en Londres hace un calor de mil demonios. De lo de Rafa ni hablamos.
Fue curioso el aterrizaje. El propietario nos recibió frotándose sus manitas regordetas mientras especificaba qué podíamos tocar y que no. Recuerdo que mi chica, bastante quisquillosa y cotilla, iba detrás acariciando de tapadillo cada objeto que él nos requisaba como si no se fiase de sus advertencias y donde decía “jarrón de herencia familiar” ella buscaba el sello de los chinos, hasta que desembocamos en la puerta.
–This door must always be closed –soltó a modo de advertencia, asegurando que siempre estaría cerrada.
De repente el inglés se transformó en la bruja malvada y nos dejó tiritando, pero en cuanto superamos la enigmática puerta regresó el amable casero que enseñaba a calentar el agua en su hervidor como si nos conociera de toda la vida.
Al principio nos dedicamos a patear la ciudad y a fusilar los mercadillos hasta que arreció el calor y decidimos quedarnos a resguardo en casa. Ahí es cuando mi chica empezó a obsesionarse con la puerta.
–¿Y si el tío guarda el cadáver de su madre dentro, como el de Psicosis? 
–Mientras no huela.
–Las momias no huelen.
–¿Cómo que no? A muerto. Y aquí no huele mal.
–A lo mejor ha secuestrado a alguien y ha insonorizado el cuarto, por eso tampoco oímos nada.
–Y alquila su apartamento por morbo a ver quien se atreve a liberarla. Estás peor que una cabra.
Sin querer había pronunciado la palabra maldita, porque si algo es ella es morbosa. Al rato la sorprendí introduciendo horquillas por la cerradura como si en esa habitación se escondiera el secreto para salvar a la humanidad de un cataclismo y tuviera que desentrañarlo. Dado que no cedía, agarró la tarjeta del gimnasio y tras deslizarla arriba y abajo, al cabo de un rato escuchamos click y la manija de la puerta se deslizó sin problemas.
–¿Tú dónde has aprendido eso?
No llegó a responderme porque había saltado dentro de inmediato.
“Joder, joder, joder”, exclamo segundos después. Yo, que soy bastante más cagueta que ella, me había quedado unos metros alejado a la espera de que terminara el reconocimiento. “Tienes que ver esto. Es brutal”, aseguraba ella, mientras me consumía en un temblor de pies a cabeza. Me armé de valor, convencido de que habíamos profanado el santuario de un siervo del demonio y los próximos inmolados en el altar satánico seríamos nosotros, y tuve que pegarme a las fotografías que empapelaban las paredes, los muebles, las puertas del armario empotrado, para asegurarme de que no sucedería así. Lo sorprendente no son las imágenes de militares del cuarto, pues en la vida hay patriotas y patriotas, sino que el tío haya dedicado una pared completa a los legionarios españoles.
–Se hace gayolas mirándolas –afirmó mi chica, lo que asentí en silencio.
Y así fue como, si bien Rafa perdió una batalla, yo sentí que ganamos la guerra. | Sigue leyendo.


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