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Puerto Banús: El fin de las prostitutas ladronas

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En Puerto Banús hay un pequeño callejón peatonal que marca la frontera entre el lujo y la depravación. Se la conoce como la calle del infierno. Allí campan a sus anchas prostitutas, proxenetas, ladrones y camellos que se disputan esquinas y clientes. En los últimos años, una organización había desplazado al resto y pretendía hacerse con el control absoluto de la zona y el monopolio del sexo: El clan de los búlgaros.
La policía le seguía el rastro desde septiembre de 2014, cuando una joven se presentó en comisaría y contó a los agentes que había escapado de unos compatriotas que la obligaban a ejercer como meretriz en las calles de Puerto Banús. Los investigadores de la UCRIF (la unidad policial especializada en la lucha contra la trata de seres humanos) ya tenían noticias del grupo, pero por primera vez habían encontrado un resquicio para desmantelarlo: el testimonio de una víctima.
Las chicas eran captadas en zonas deprimidas de Bulgaria, como las localidades de Septemvri y Semchinovo. Allí, conocían a un joven apuesto que acababa de llegar de España y que las seducía con la vida que podrían llevar si se marchaban con él. “Le seguían creyendo que iban a salir de la pobreza. Les prometía trabajar en la hostelería, como cuidadoras de niños o de personas mayores. Es el método del lover boy”, cuenta uno de los responsables de la investigación.
Controladas
Al llegar a España, descubrían el engaño. En el aeropuerto las esperaban otros miembros de la red, que contaba con una decena de apartamentos alquilados en Torremolinos para alojar a las jóvenes. En ellos convivían con otras compatriotas y eran controladas en todo momento por una mami, una mujer mayor que ellas, integrada en la organización, que no dudaba en ejercer la violencia para someterlas. Si se negaban a prostituirse, los proxenetas les daban palizas y las amenazaban con hacer daño a la familia que habían dejado en Bulgaria. Las que tenían hijos eran, evidentemente, las más vulnerables.
Cada noche, una o varias furgonetas de nueve plazas –según la época del año y la demanda– las llevaban, como si fueran ganado, hasta los alrededores de Puerto Banús, donde las dejaban sobre las 23,30 horas. La recogida solía ser a las 6,30. Y de vuelta a Torremolinos. Los conductores, españoles o sudamericanos, cobraban a las prostitutas de sus ganancias. La tarifa, 20 euros por persona y trayecto. “Según su estatus y su valía como ladronas, algunas podían quedarse con el 50 por ciento de lo que ganaban por los servicios sexuales y, con el tiempo, conseguían subir algún peldaño en la estructura del grupo: pasaban a controlar a otras mujeres. Otras, ni eso”, explica un agente que ha trabajado en el caso.
Los seguimientos policiales permitieron descubrir el modus operandi de la organización criminal. Las mujeres se movían en parejas o tríos en busca de turistas extranjeros, principalmente británicos y nórdicos, de mediana o de avanzada edad. Cuanto más borrachos y solitarios, mejor. Los abordaban por la calle, sin rastro de sutileza ni seducción, y los manoseaban hasta lograr que aceptaran su oferta sexual
“El precio de salida es el mismo que en la época de la prostitución de lujo, en la que había mujeres capaces de ganar 30.000 euros al mes, pero hoy es muy distinto. El glamour y la belleza han desaparecido y ahora se regatea. Las búlgaras empezaban pidiendo 300 euros, que es la tarifa estándar en Puerto Banús, pero la mayoría se acababa yendo con el cliente por 100 o 50 euros. Incluso por menos”, comenta un veterano agente que conoce la zona como la palma de su mano.

El servicio es lo de menos
Los investigadores saben que, para la red, el servicio era a veces lo de menos. “No hablamos de una organización dedicada a la explotación sexual, sino a la explotación delictiva”, aclara uno de los responsables del operativo policial. Las mujeres eran instruidas y obligadas a robar a los clientes. Aprovechando el estado de embriaguez, los acompañaban a algún cajero automático de la zona con alguna excusa, como por ejemplo que no llevan suficiente efectivo para pagar la orgía, y una de las dos chicas retenía los dígitos del número secreto cuando él los tecleaba.
De ahí, los llevaban a alguno de los cuatro apartamentos que la red tenía repartidos por las inmediaciones de Puerto Banús. Mientras una de las mujeres mantenía relaciones con el cliente, la otra efectuaba cargos con su tarjeta en un datáfono (TPV) o bajaba al cajero para realizar varios reintegros de 400 euros. Hay víctimas a las que llegaron a birlarle hasta 10.000 euros. “Es difícil cuantificar el número de robos porque muchos de los afectados se dan cuenta de los cargos al llegar a su país o no quieren denunciar para evitar que se entere su familia, pero podían pegar tranquilamente tres o cuatro palos cada noche”, advierte un investigador
Si era necesario, las chicas suministraban narcóticos a sus clientes –la policía ha encontrado numerosos blíster de medicamentos de efectos sedantes con los prospectos escritos en cirílico– para adormecerlos y trabajar con más tranquilidad. “A principios de junio se les fue la mano con la dosis que administraron a una de sus víctimas, que acabó muy grave en el hospital. De hecho, al enterarse, uno de los proxenetas se marchó de España y regresó a Bulgaria por miedo a que el hombre muriera”, recuerda uno de los jefes al mando del operativo
El clan de las búlgaras seleccionaba a los clientes por su poder adquisitivo. “La plaza, en los burdeles, dura 21 días. Aquí, si las chicas no valían para robar, mucho menos. En dos semanas las quitaban de en medio y las mandaban a otro sitio, o directamente las abandonaban en la calle”, revela un investigador. Aparte del dinero, estaban aleccionadas para sustraer sus relojes, con predilección por las marcas Rolex, Hublot y Patek Philippe. “Tenían contacto con una red de peristas para darles salida, aunque otras veces los cambiaban en Alemania por coches de lujo, como Porsche Cayenne o Panamera”, añade.
La organización se estaba haciendo cada vez más fuerte. De hecho, había desplazado a la prostitución de lujo de Puerto Banús. Justo antes de ser desmantelada, utilizaba una red de 26 proxenetas para controlar a las 24 mujeres (3 furgonetas) que actualmente ejercían en la zona. La policía localizó –y liberó– a 13 jóvenes, aunque en el transcurso de la investigación, que se prolongó durante tres años, han identificado con nombre y apellidos a 51 chicas “controladas” por el clan búlgaro. | Sigue leyendo.


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