
El pasado era quince días en prisión preventiva por el caso de la compra de un banco de Miami, que fue archivado. El presente, una condena de seis años por el uso de las tarjetas opacas, pendiente de revisar por el Supremo. Y el futuro consistía en eludir la cárcel como fuera a la espera de que otras dos causas, por la venta de preferentes y por los sobresueldos en Cajamadrid, se fueran sustanciando.
Desde que Miguel Blesa se vio en medio del torbellino de los escándalos económicos, principalmente los referidos al expolio de la caja de ahorros madrileña, su vida no fue la misma. Presionado en los juzgados y en la calle, se refugió en un entorno muy cerrado de familia y amigos. Precisamente en la finca de uno de ellos tomó la decisión, la semana pasada, de acabar con su vida. Según el informe del Instituto Anatómico Forense de Córdoba, el banquero murió de un único disparo directo al corazón, sin ninguna evidencia de que se produjera algún tipo de lucha o se defendiera de algún ataque.
El dictamen forense coincide con la reconstrucción de la Guardia Civil tras la primera inspección y el testimonio de quienes se encontraban con él en aquellos momentos. Blesa durmió la noche del martes al miércoles 19 en la finca Puerto del Toro. Durante el desayuno le dio a su amigo Rafael Alcaide el número de teléfono de su esposa, Gema Gámez, “por si la tienes que llamar”. Acto seguido, se dirigió hacia su coche, sacó su arma de caza del maletero, fue a la parte de delante, colocó el cañón contra el lado izquierdo de su pecho y apretó el gatillo. El primer informe ya dejó constancia de que todos los indicios apuntaban a un suicidio, desde la posición del cadáver y el arma hasta la ausencia de signos de que hubiera habido otra persona en las inmediaciones. Ponía así fin a cinco años de problemas judiciales.
20 millones de euros
Blesa era un inspector fiscal que tuvo la suerte de coincidir con José María Aznar en un piso donde preparaban las oposiciones. Cuando el político alcanzó la presidencia del Gobierno, puso a su amigo al frente de Caja Madrid, y comenzó una época de vino y rosas reflejada en las numerosas fotografías que, recuperadas de su cuenta de correo electrónico, fueron incorporadas a procedimientos judiciales.
Miguel Blesa de la Parra estuvo ocho años al frente de la caja madrileña. En ese tiempo ganó unos 20 millones de euros, mientras que casi trescientas mil personas que creyeron en sus propuestas colocaron unos 3.000 millones de euros en participaciones preferentes, que se esfumaron. Mientras se mantuvo en la entidad, era el rey del mundo. “Iban a buscarle empresarios, banqueros, constructores, políticos y sindicalistas, periodistas… en busca de favores. Le adulaban, en persona y por escrito, y luego le pedían favores”, declaró a esta revista un directivo del banco.
Eran los días del éxito y el lujo. “En aquellos años no solo acudían a él gente y políticos en busca de dinero o favores, también le llamaban y le escribían mujeres; algunas ejecutivas de Caja Madrid le mandaban fotos en bikini, le ofrecían viajes, cenas… Él decía: ‘De cintura para abajo soy hombre de firmes convicciones; de cintura para arriba, también, porque yo valgo mucho’”, recuerda un antiguo compañero.
La boda
Conoció en Caja Madrid a la que sería su segunda esposa, Gema Gámez, una joven 27 años más joven que él. En 2013 tuvo que retrasar su boda por problemas judiciales, aunque finalmente la celebraron en la más estricta intimidad. Gámez abandonó la Caja y abrió un establecimiento de abrigos de visón en Madrid, que llamó Otoño en Florida.
Amigo de los grandes viajes, el álbum personal de Blesa esconde muchas instantáneas. En todas ellas aparece con una sonrisa en la cara. Recorrió Camboya, Namibia, Tanzania, Estados Unidos, Holanda, Venecia, la Costa Azul… Y otra de sus pasiones, el mar, también queda reflejada. Gustaba de navegar con amigos.
Pero sin duda, la faceta más conocida de Miguel Blesa fue la de cazador. Las fotos se acumulan, siempre con una sonrisa y un rifle en la mano, y posando con sus piezas: hipopótamos, leones, ciervos, jabalíes…
Su vida de lujo también tuvo reflejo en los gastos que cargaba a su tarjeta opaca, por cuyo uso fue condenado a seis años de cárcel. En siete años cargó más de 424.000 euros, casi 86.000 euros en efectivo, en cajeros automáticos. Las grandes cifras del uso de esta tarjeta black reflejan a la perfección los gustos de Miguel Blesa: 54.695 euros en viajes en una sola agencia, 58.035 en hoteles, 2.220 en Paradores Nacionales y más de 24.000 euros en vino y otros 400 en flores. ■