El estallido social de Gamonal constituye la enésima advertencia de que los ciudadanos ya no toleran que se gobierne utilizando su voto como un cheque en blanco, y también la enésima prueba de insensibilidad de los políticos incapaces de entender que para el común de los mortales antes está el comer que el pasear.
El TDT party intenta presentar esa protesta como cosa de radicales violentos que no asumen el principio democrático de la mayoría, argumentando que las obras para un bulevar y un aparcamiento figuraban en el programa con que el PP ganó las elecciones locales, pero pasa por alto todo lo que ha llovido desde 2011 sobre las espaldas mojadas de la gente. ¿Cómo puede haber 2,8 millones para un bulevar donde no hay 13.000 euros para evitar el cierre de una guardería? Es como si en una familia con problemas económicos se decidiera sacar a los niños del colegio, pero se mantuvieran las vacaciones en el Caribe porque ya las tenían programadas.
Puesto que algo así resulta inconcebible, no queda más remedio que volver la mirada hacia el cenagal urbanístico que ha corroído la sociedad española hasta sus raíces. Nadie puede creer que el proyecto fuera concedido casualmente al constructor Méndez Pozo, magnate regional condenado en 1992 por corrupción.
Como advierte Manuel Castells en Redes de indignación y esperanza, “los movimientos sociales se desatan cuando la indignación de cada uno se convierte en la indignación de todos, y al compartir el sentimiento pierden el miedo y convierten su indignación en acción”. La espoleta puede ser cualquier hecho accidental con capacidad de polarizar. Por ejemplo, el bulevar de Gamonal.
Para leer este y otros artículos de opinión, descárgate el número completo en PDF.