Miguel Ángel Revilla tiene serios problemas para pasar desapercibido. Tanto por lo que él pone de su parte como por la actitud de los demás; es como ese delantero con mala fama que el día que sale al campo dispuesto a ser buen chico, enseguida le buscan las cosquillas. Lo de Revilla se debe, en cierta manera, a su forma de hacer y entender la política y también a su capacidad mediática, que le granjea más enemigos de lo habitual. ¿Habrá algo más pacífico que hojear un medio de comunicación? Llevo muchos años en esta profesión y los escaños de cualquier Parlamento están llenos de diputados echando un vistazo a algo, generalmente ajeno a lo que se debate en la tribuna.
¿Dónde está el problema con Revilla? Pues según dicen en el PP, y también sus detractores en las redes sociales, en que se trataba de interviú y en horario de trabajo. No les tengo que decir precisamente a nuestros lectores las bondades periodísticas que atesoran estas páginas, incluidas las que ocupa nuestra mujer de portada. ¿Levantarían la voz contra, por ejemplo, un diputado que pasa las páginas de un periódico cualquiera en busca de una noticia que le ha recomendado su cuñada y que no tiene absolutamente nada que ver con su labor política?
La cosa se complica porque, encima, fueron diputados del PP los que hicieron las fotos a Revilla, como ha tenido que admitir su portavoz. Hay una intencionalidad política, una mala intención política, mejor dicho. Y entonces no es difícil concluir que sus señorías populares, en esa estrategia de descrédito (se podrían dedicar a otra cosa), eligieron el momento en el que Revilla pasaba por nuestra chica de la guitarra. ¿Saben lo más triste de todo? Que el autor de esa foto, Augusto Robert, murió la semana pasada. Eso es lo importante. Lo demás son mamonadas de políticos que sirven para hacer gracia.