La semana pasada tuvimos un claro ejemplo de cómo el buen político ha de sortear sus propias trampas. Gallardón anunció con el énfasis que le caracteriza que este Gobierno no ha indultado a ningún corrupto ni lo hará en el futuro. Me recordó la gracieta: “Eso no lo he hecho nunca ni lo volveré a hacer”. Poco tardaron los compañeros de todos los medios en sacarle los colores con varias medidas de gracia que se adaptaban sin ningún problema a lo que el común de los mortales entendemos por corrupción. Y ahí surgió el mejor Gallardón para decir que, como siempre, los equivocados somos los demás, porque él se refería a los que se llevaban el dinero al bolsillo. No le valen, parece ser, los que lo llevan a Suiza o lo cambian por viajes suntuosos.
El problema de Gallardón es que hizo estos regates justo la semana en que el propio Rajoy defendía haber tomado medidas claras contra la corrupción política. Supongo que con su vieja estrategia de “hilillos a la mar”, porque contra la trama de corrupción del PP no parece haber tomado demasiadas medidas, al menos confesables. La dificultad va a ser la misma que la de su ministro de Justicia: qué es corrupción y quién es corrupto. Las entendederas de los políticos son intransferibles, y caminan de la ley a la trampa con demasiada facilidad. Esta semana contamos que aquella caseta de aperos de labranza que tenía el presidente de La Rioja y que se convirtió en un ilegal chalé con piscina va a recibir la bendición administrativa gracias a unos movimientos que costarán 4,6 millones a otros vecinos y al pueblo. Les habría salido más barato comprarle un chalé en La Moraleja. Es la esencia Wert: ¿que la ley prohíbe subvencionar a los colegios que segregan niñas y niños?, pues cambio la ley. ¿Que no basta con la magia para que crezca una leñera?, pues cambio el plan urbanístico. ¿Corrupción?, quién lo sabe.
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La magia de los políticos
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