
Voy a decirles que lo de ejercer de padre siempre me ha parecido una majadería. Yo he tenido hijos porque los ha querido mi mujer, de lo contrario nos hubiéramos pegado la vida padre; sin embargo, ella llevaba en los genes la familia numerosa, y de tanto insistir ha parido cinco que le han desgraciado el humor y las caderas. Y a mí, las cuentas en Suiza, porque menuda hucha hay que hacer para tanta boca. Por suerte, los hijos son de las mujeres. Esta es una verdad meridiana y lo demás historias chinas. O europeas, ya que toda esa mandanga de la conciliación familiar y las tareas compartidas procede de los países nórdicos. Preferiría que hubieran seguido mandando suecas, en lugar de endosarnos las leyes de paridad y a sus jubilados.
Advierto que no soy ningún carca, sino un hombre cabal de los que se visten por los pies, además de un empresario que practica, eso sí, el paternalismo sobre sus empleados. A mis subordinados los tutelo hasta lograr profesionales de bien, pues tal es mi forma de entender la empresa y la vida. Que me guste contar con mujeres, pero promocionar a los hombres, reconozco que se trata de un pequeño defecto debido a mi exceso de celo. No vaya a pensar alguien que entre una señorita y yo haya algún contacto más allá del recomendable entre jefe e inferior. Admito que algunas mujeres rayan la excelencia laboral, pero un varón lleva sobre sus hombros la responsabilidad del pan familiar. “Lo llaman «bread winner»”, puntualizó un día mi hijo el segundo, a quien le ha dado por estudiar una mariconada llamada psicología social con la que va a pasar más hambre que Dios talento. “¿Por qué no te matriculas en ADE y vienes a trabajar conmigo?”, apunté yo, pero después de esta charla simpatizó con los del 15-M y ya ni estudia ni su madre hace carrera de él.
Volviendo al negociado de mi empresa –cuya materia es la fontanería y los saneamientos–, nadie duda que de grifos y bidés entienden más ellas porque se han pasado lustros limpiándolos, por tanto las mías son brillantes dependientas que venden duchas monomando mejor que churros en San Isidro. Cierto que más de una posee un máster y podría aspirar a más, pero no deja de ser una mujer sujeta a las fluctuaciones propias de su sexo.
“¿Está casada? ¿Tiene usted hijos? ¿Pretende tenerlos?”, preguntas que soliviantan a las conspiraciones feministas, pero que un empresario debe de conocer puesto que tarde o temprano la llamada de la maternidad toca a su puerta con la subsiguiente baja.
Quieren saber cuántas tengo de baja. Ninguna. Claro, han aprendido la lección y ya no se casan, enferman en vacaciones y tienen un gato para calmarse el instinto maternal. El problema es que los han maleducado. A mis empleados. Sí, esos varones de pelo en pecho que empezaron por depilárselo y ahora se han vuelto melifluos. Cinco intervenciones por hernia y otras tantas hemorroides en el último mes. Hombres todos.
Pero no es lo peor. Mi mano derecha se ha cogido el permiso completo. Va a ser padre y quiere cuidar personalmente a su hijo, con lo que me ha desbaratado la agenda.
¿Y su mujer? Nada, dice que a la semana de dar a luz vuelve como una rosa a vender grifos.