Sin pretextos –¿para qué?– escribo yo también sobre lo que está de moda y aparece todos los días en los medios: el fenómeno político-mediático Podemos. Como epítome de lo que esconde el advenimiento de esta fuerza política, una fotografía, la de Íñigo Errejón en su comparecencia ante la prensa el lunes 17 de noviembre, después de la primera reunión de la cúpula dirigente del nuevo partido. Estaban en Lavapiés, claro, ese barrio de Madrid en el que últimamente surge todo. El ya profesor excedente Errejón se presentó ante los medios en un espacio semivacío, con una aséptica pared de fondo en la que dos flexos escolares permanecían encendidos, iluminando, un suponer, el futuro blanco por escribir. Delante, seis módulos de Ikea hábilmente colocados como símbolo de precariedad, para situar cables y micrófonos. Hace años que cualquiera tiene o alquila uno de esos aparatos donde los medios conectan sus cables y el compareciente habla ante un solo micrófono. Pero Errejón no, prefiere la estudiada falta de recursos. Por eso resulta graciosa la legión de argonautas que buscan el vellocino de oro en forma de bofetón para machacar a Podemos. Algunos colegas hasta se sienten madres y padres putativos de estos chicos, y ahora parecen arrepentidos. Aunque la llave de paso la tenga Arriola en su despacho, ya es tarde para contener la ola. Ni por acción ni por omisión, ni por Venezuela ni por Cuba, las gentes que lidera Iglesias van a dejar de hacerse oír. ¿Cuánto? Está por ver, en mayo.
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