En este país del revés que es España, llegó el absurdo a adquirir categoría de normal. A nadie parecía escandalizar que, por poner solo algunos de los ejemplos más llamativos, esté peor retribuido el trabajo de gobernar a 46,4 millones de españoles (74.912 euros brutos anuales es el sueldo del presidente del Gobierno) que el de regir a 1,6 millones de barceloneses (144. 000 ganaba el alcalde convergente Xavier Trias) o a 3,1 millones de madrileños (100.000 cobraba la popular Ana Botella). Eso por no hablar, y esto no ha cambiado, de la remuneración que perciben el presidente del Congreso por pastorear a otros 349 diputados (192.000 euros) o el presidente del Consejo del Poder Judicial por hacer otro tanto con unos miles de magistrados (130.000 euros).Ocurría esto, y ocurre, en un país en el que tener un empleo dejó de ser sinónimo de recursos suficientes para llevar una vida digna, uno de cada tres asalariados ingresa 650 euros o menos al mes y el sueldo medio más habitual apenas supera los 15.000 euros anuales. ¡Y aún se sorprendieron –algunos siguen perplejos– de que la desafección ciudadana hacia los políticos alcanzara la temperatura de ebullición y crecieran como la espuma las nuevas organizaciones que dieron voz a las protestas del pueblo llano!Hay un lógica apabullante, la de que a la fuerza ahorcan, en que la recuperación de la decencia comience por quienes han de gobernar más a pie de calle. Cinco años han tenido que pasar para que penetrara los muros de los consistorios la austeridad que como terapia obligatoria contra la crisis se impuso al común de los españoles. ¡Ya era hora y bienvenida sea!
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