
El procés entra en una etapa epistolar. Toda la astucia de ambas partes quedará por escrito. En cualquier negociación un aspecto muy relevante es demostrar que es el otro quien rompe la baraja. Y en esas estamos. No sé cuántas idas y venidas tendrá este momento, pero sospecho que la solución, al final, pasará por unas elecciones autonómicas que empiecen por aclarar el panorama político. La legitimidad de la mayoría (en diputados) independentista está en cuestión: representan a menos de la mitad de los votantes catalanes. ¿Qué habrá sido, por cierto, de aquel Antonio Baños, líder de la CUP, que supo sumar y restar y concluyó que en las últimas elecciones no ganó el derecho a proclamar unilateralmente la República Catalana? Falta, por supuesto, legitimidad: escaseaba para poner en marcha todo lo que ha puesto Puigdemont y no existe para seguir adelante. Cualquiera que sea el objetivo, hay que pasar por las urnas, por unas urnas con garantías democráticas, con un recuento legal (y honrado).
Esas elecciones se pueden convocar de dos maneras. Lo mejor siempre es la normalidad institucional, y en este caso eso significa que el presidente de la Generalitat sea quien, en aplicación de sus competencias, cite a los catalanes, a todos, en los colegios electorales. Hay otra fórmula, que es que el gobierno central, tras aplicar el artículo 155 de la Constitución, convoque esas elecciones autonómicas. Creo que, aun siendo legal, no serviría de gran cosa que la mitad de los catalanes se dedicaran a boicotear ese proceso electoral. Mi conclusión es que es Puigdemont quien tiene que acabar con esta situación y convocar las elecciones. Pero para eso necesita asumir que los cantos de sirena de que Cataluña ya es independiente no le emboten el raciocinio. Un poco más de firmeza en las dudas que tiene actualmente, y la CUP hará todo lo demás: le dará un portazo en el flequillo, forma antisistema de abrir la puerta de par en par a esas elecciones. El camino que le queda a Puigdemont es bastante distinto al de sus socios. A partir de ahora habrá que animar a la CUP a que se deje llevar por su instinto e, insisto, pique a la rana en medio del estanque.