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Channel: Revista Interviu
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Confieso que tardé en verle como es. Algunas personas llegan de frente hasta que los descubres por detrás. Otras, de perfil y apenas llaman tu atención, y el resto son invisibles como un trasero fofo. En cambio, él apareció con esa voz redonda y caí rendida ante sus graves.
—¿Cree usted que estaría listo hoy? Tengo una cena y lo necesito.
—¿El coche? –pregunté obnubilada mientras terminaba de rellenar su ficha de admisión.
Trabajo en un concesionario donde me encargo de todo, incluyendo las revisiones de los vehículos. Por tanto, ¿qué otra cosa iba a ser aparte del Audi cuyas llaves acaba de depositar en mi mano? Y ahí me sudaron las dos palmas a la vez.
—Haré todo lo posible –respondí.
—¿Lo posible es un sí? –entonces agité la cabeza y llegó lo demás–. Pues la invitaré a comer mañana. No hay nada que desee más.
Así empezó, igual que una novela de esas que atestan los expositores de las librerías y jamás habían llamado mi atención. Para qué, si la vida me tenía reservado un Grey de uso personal. De pacotilla, cierto. Pero esta verdad solo la supo mi amiga Menchu el día que nos la cruzamos por la calle. “¿Ese es el que te ha alejado del cine de los jueves? Entérate, mona: es como un perfil prefabricado de eDarling. Mucho traje, mucha corbata, y nada dentro. Mejor te compras un huevo Kinder”.
Mas yo andaba sorda. Solo tenía oídos para los mensajes susurrados a mi oído y ojos para sus rosas. Estuve una semana recibiendo un ramo al día, otra en días alternos, la siguiente llegó uno y la cuarta… ninguno. Ahora sé que es parte del “refuerzo intermitente” con el que caemos las tontas en las redes del enganche emocional, pero reconocerlo me ha costado berrinches en la consulta del psicólogo y un puñado de euros.
“Dime dónde quieres ir el próximo puente”, proponía él engolando las palabras, y yo me pasaba horas buscando destinos románticos; pero no sé qué sucedía por el camino para que al final lo pasáramos en su casa. “Reina, no hay paraíso mejor”, aseguraba con voz de barítono según me tocaba mudar las sábanas porque su asistenta se había despedido. Fui sumando decepciones que olvidaba en cuanto él pronunciaba tres frases, hasta que logré taparme los oídos y observarle de escorzo. Mi amiga Menchu explica que los años asoman por la piel arrugada del mentón. Y descubrí su doble barbilla. Después lo estudié cuando estaba de espaldas y comprobé que se estaba quedando calvo. 
De este modo mi Christian Grey devino en un simple dependiente de grandes almacenes, bien trajeado pero con más labia que pelo. Vaya mi respeto hacia ellos, que nunca me mienten. “Esa no es su talla”, insisten cuando trato de embutirme en una 38, porque la mía es la 40.
Ahora me dedico a ignorar lo que dicen los hombres y a mirarlos desde cualquier ángulo como una entomóloga analizando moscas. De repente veo lorzas y michelines en la barriga, vitíligo en los pies, arrugas en el entrecejo y pelambreras en los hombros. El tipo que no está mellado en la boca, lo está en su alma. Por tanto, ¿a quién le extraña que me haya enamorado de la única voz masculina que no me engaña y es invariable desde cualquier arista?
“La tercera a la izquierda”, dice mi navegador, y según habla me besa el cuello.

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